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"Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos... Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos" Jane Austen.

domingo, 25 de enero de 2015

Capítulo 17






-En la tienda de abajo no tenían helado de chocolate, ¿Increíble, verdad?-la informó Mathilde, dejando varias bolsas en la mesita del salón- Así que he ido a la heladería artesanal que hay a dos manzanas, esa tan retro.

-No tenías que haberte molestado.

-Shhh. Había como una docena de clases distintas de helado de chocolate, así que al final te he traído este, que es una mezcla de todos ellos y según el tendero ¡Sabe a cielo!-exclamó con acento italiano, sentándose a su lado en el sofá.

Julieta no se atrevía a abrir la boca y terminar su relato tenebroso sobre el peor momento de su vida, o al menos uno de ellos. Recordaba instantes terribles, el accidente, perder a Elliot… pero en ninguna de esas situaciones se había visto obligada a renunciar a la persona que era, a sobrepasar la barrera de lo moralmente correcto y acabar con su estabilidad. Y resultaba irónico después de que el cáncer no lo lograra, de que una emoción producto de unos segundos supusiera un cambio radical en una vida. Tan común como la de ella.

Se incorporó y se colocó la manta sobre las piernas antes de coger la tarrina de helado. Por fin, después de varias horas conseguía mantener su cuerpo en calor. Quizá el malestar estuviera provocado por la resaca de un día frágil, de un pasado no tan lejano, o puede que el efecto del suero y las horas de sueño hubiera llegado a su fin, porque allí, en el viejo apartamento de Elliot, se había quedado completamente congelada.


Mathilde le tocó la frente con la mano y frunció el ceño.

-Puede que tengas algo de fiebre. Cómete el helado, te sentará bien.

Miró la tarrina a rebosar y sintió nauseas. Toda el hambre que había tenido hasta entonces se desvaneció de un plumazo. Observó la cuchara cargada y volvió a enterrarla sobre la montaña marrón oscuro.

Estaba en su apartamento, en el que inevitablemente olía a él; a los libros apilados, a café, a jabón con olor a jazmín.

-No puedo comer, lo siento-se sinceró, suspirando. Dejó la tarrina y volvió a dejarse caer en el sofá. Mathilde la miró con preocupación-Creo que es el sitio. Bueno, el sitio y que Elliot no me haya llamado-sonrió para sí y agachó la cabeza.- Estoy mal y pienso en él, ¡Es absurdo! Llevo sin ver a Isaac días, no sé qué decirle a mi madre, ¡ni a los demás! por no recalcar que me investigan como a una criminal… ¡Me estoy escondiendo aquí, joder! Y sólo puedo preocuparme por él, por la idea que tenga de mí, de que me siga...-dejó la frase en el aire y se mordió el labio. Era una palabra demasiado dura para decir en voz alta-… Es… es absurdo.

-Jul, que no te haya llamado solo significa que necesita tiempo para procesarlo todo. No es una máquina. Tú estás aquí escondida también, procesando… Así que, piénsalo de esa forma. Elliot es un hombre algo… impulsivo. Y ser así le ha llevado a equivocarse muchas veces, puede que sea mejor para todos darle espacio.

Veía sentido a las palabras de Mathilde. Pensó que por lo menos una de las dos lo conocía. Recordó aquellos momentos en los que deseaba que, cuando ella muriese, Elliot pudiera enamorarse de Mathy, y quizá formar una familia. Se le hizo un nudo en el pecho al darse cuenta de que podía estar en las mismas condiciones, incluso peores, que cuando intentaba trazar aquellos planes para que su mundo sin ella no fuera tan caótico.

-Tienes razón, pero solo la idea de que pudiese…-quiso llorar, gritar lo que la aterraba: que Elliot pudiese no quererla, odiarla, repudiarla. Pero en vez de eso se tapó la cara con ambas manos y cerró los ojos para evitar derramar más lágrimas.

-No le des tantas vueltas, estás cansada, eso es todo.

Quería no pensar, acabar con la incertidumbre de ese día. Despertar y que todo tuviera su respuesta. Fácil, sin complicaciones ni atascos mentales.

-Voy a descansar los ojos un rato, pero no te vayas… -le agarró con fuerza de la mano y se acurrucó en los cojines, sonriendo un poco-¿Puedes poner la tele? Seguro que hay algo bueno para distraernos.

Mathilde sonrió y encendió con entusiasmo la televisión.

-Genial… ¿Algo de asesinatos? Mmm bueno, quizá no sea un buen momento para eso-recapacitó, poniendo una mueca de asco. Julieta se echó a reír y negó varias veces. Definitivamente nada de asesinatos-Muy bien, ¿Cocina?

-La cocina está bien. Es tranquila-reconoció mirando al chef rechoncho que cortaba una cebolla con destreza.

-Muy bien, pues disfrutemos del chef Paolo mientras prepara algo con cebolla, desde luego me encanta la cebolla, pero hay cocineros que se pasan con ella. Echan toneladas a un guiso que luego ¿Adivina a lo único a lo que sabe? -despotricó Mathilde, embobada.

-¿Cebolla?-siseó Jul, con los ojos casi cerrados.

-Sí ¡Cebolla y más cebolla!

La invadió un tranquilo y profundo sueño. Así que al cabo de unos segundos dejó de escuchar la voz de Mathilde y al chef Paolo y su guiso de cebolla.

Los sueños de aquella noche fueron meros borrones, imágenes desordenadas sin ningún sentido que sólo retrataban confusión y caos entre una neblina de realidad. Lo que podía pasar, lo que temía que pasara mañana o en un futuro cercano. Soñó que Isaac lloraba en una distancia difícil de alcanzar, que ella era inservible, un ser inmóvil e incapaz de hacer nada para ayudarlo. Y luego estaban Elliot y Andrew, sobreviviendo a esa locura.



Cuando despertó estaba en la vieja habitación de Elliot. Se incorporó para cerciorarse de que estaba sola y echó un vistazo al lugar, que seguía estando tal y como la recordaba. De aspecto serio, sobrio, intelectual, con tantos libros almacenados por los rincones y esos colores oscuros en muebles y paredes. No debían ser más de las nueve de la mañana y no se escuchaba ni una mosca. Se levantó y fue hasta una de las estanterías, dónde, entre libros sobre la psicología del cerebro y su anatomía, encontró una foto de los dos. Una instantánea de uno de aquellos días en los que empezaban a tomar forma como algo, ese momento de una relación en el que sabes suficientes cosas importantes del otro y eso te permite relajarte. Ser tú mismo. Estaban en Central Park y hacía frío, aunque nunca un día había sido tan cálido.

Julieta la cogió lentamente, como si hacerlo con cuidado pudiera transportarla inmediatamente a aquella tarde soleada en la que el cielo ardía en tonos naranjas y rosados. Un momento de los pocos que podían catalogarse como normales en sus vidas encontradas y solo eran una pareja que paseaba en un parque al atardecer. Él le daba un beso en la mejilla y ella sonreía mientras sujetaba el objetivo de una polaroid, con un gorro de lana azul marino de Elliot que le quedaba algo grande. No era una sonrisa fingida, de hecho mientras echaba un vistazo al pasado, sus labios se elevaron hacia arriba recordando la sensación de no poder parar de reír por el simple hecho estar junto a él, haciéndose una foto ridícula. Que la gente les mirase, que envidiaran su felicidad...



Llamaron un par de veces a la puerta y dejó la foto en la estantería con rapidez antes de que alguien la viera con ella, obligándose a despertar de ese ensueño al que la había transportado.

Era Mathilde con una bandeja de bollos rellenos y café.

-Qué bien que ya estés despierta-dijo sonriente y se sentó sobre la cama-tienes que comer algo antes de que suelte lo que he venido a decir.

Julieta frunció el ceño y la miro con los ojos muy abiertos. Obviamente no tenía intención de esperar a comer para que le contara fuera lo que fuese y para lo que no debía estar en ayunas. Porque sería algo gordo. Y eso empezó a asustarla, aunque hasta aquel momento hubiera estado esperanzadoramente tranquila, considerando el día que le esperaba por delante.

-Vale, empieza-rogó, cruzándose de brazos en medio de la habitación. No iba a ceder a una espera lacerante.

Mathilde evitó mirarla entreteniéndose en sacar el café del posavasos de cartón.

-Pero siéntate y come primero-repitió tranquila.

Tenía la apremiante sensación de que aquella impasibilidad iba a sacarla de quicio. Así que respiró hondo y se sentó.

-Ahora mismo no tengo hambre-dijo, observando el desayuno con una mueca de asco-No puedo comer nada si entras y me dices que tienes que “soltar” algo tan temprano. Además, estás rara…

<<Y no me fio de ti en estos momentos-quiso seguir>>

Ella agachó la mirada y suspiró antes de mirarla fijamente.

-Elliot está en el salón-soltó al final- así que come, porque tendrás que hablar con él antes o después. Y no quiero que te de una bajada de azúcar mientras os gritáis.

Tuvo la extraña sensación de que el mundo se fragmentaba a su alrededor. Pequeños trocitos que se hacían añicos en un silencio cada vez más audible. Pensó que correr, salir de allí y no enfrentarse con él y la realidad que lo acompañaba, vestida de noche y con abrigo de piel, esperando su momento triunfal.

Tenía que salir, mirarle los ojos y explicárselo todo. El problema era las náuseas que eso le provocaba. Empezaba a hiperventilar, a sentir una fuerte presión en el pecho.

-¿En el salón? Pero si dijiste que no iba… que no iba a pasarse por aquí-balbuceó en voz baja, atontada-Mathy, no sé ni cómo empezar.

Ella la cogió de los hombros y cerró los ojos momentáneamente, ladeando la cabeza.

-Eres abogada, sabes hablar, explicarte… defenderte, así que relájate. Además, no parece que esté cabreado como para odiarte el resto de su vida, y tampoco he visto ningún bulto sospechoso en sus bolsillos que indique que quiere acabar contigo. Así que tranquila, Elliot me quiere demasiado como para hacerme cómplice de tu asesinato.

El humor negro logró quitar peso al asunto. Jul soltó una carcajada demasiado entusiasta y miró aterrada a Mathilde.

-Vale, bien, puedo hacerlo.

-Come un poco.

-¿Estás de coña? ¿Quieres que le vomite encima?

-Sí, tal vez no sea una buena idea-admitió y se frotó la barbilla.

Julieta agachó la cabeza y se hizo un ovillo llevándose las manos a la nuca, esperando tener una genial idea en el último momento, pero lo único que emergía de su mente eran ideas como saltar por la ventana o golpearse contra la estantería para perder el conocimiento.

-Tranquila, no pasa nada-la sosegó Mathilde, acariciándole la espalda-Por cierto, ayer avisé a los demás de que estabas conmigo… Y le mandé un mensaje a tu madre desde tu móvil, le dije que estabas liada con el trabajo.

Volvió a dirigirse a su amiga con gesto amable y le dedicó una sonrisa, después de todo, la había librado de todos esos compromisos desagradables que requerían estar al cien por cien. Y tenía claro que ella estaba lejos de estarlo y no conseguía acertar sí era a causa del cáncer o de su inminente cataclismo llamado Elliot Evans. Sabía que no era justo comparar ambas cosas, pero también que era un hecho fehaciente que ambas ocupaban lugares importantes en su castigada mente.



-Gracias, no sé qué haría sin ti. Creo que si no te hubiera llamado estaría camino al aeropuerto, comprando un billete de ida hacia alguna isla de nombre impronunciable, a dónde no han llegado aún las líneas de teléfono.

-Bueno, si vuelves a perderte, ya sé por dónde debo empezar a buscar-confesó Mathilde en voz baja.

-Y espero que me encuentres antes de que a mi cerebro se le ocurra comer comida extranjera caducada o llena de parásitos…-miró hacia la puerta embobada y suspiró.

Estaba cansada, de una manera familiar, como esa sensación cuando tienes que repetir un largo trabajo porque las cosas no han salido como esperabas, porque quizá el esfuerzo no tuviera sus recompensas, porque pulsaste sin darte cuenta el botón de eliminar. Y en ese punto, no había vuelta atrás. Ahora era el turno de aprender de los errores y la experiencia que había obtenido.

Mathilde la abrazó por la espalda y descansó la cabeza en su hombro.

-Estoy aquí por ti, eres mi amiga y te prometo que todo va a ir bien-siseó, quizás por el miedo de una promesa que no podía cumplir y después, hubo un largo silencio- Mientras habláis iré a por Isaac a casa de tu madre y lo traeré aquí para que puedas estar con él.

-Eso sería genial, llevo varios días sin poder…

Se quedó en blanco momentáneamente y por primera vez desde que Mathy había entrado, recordó que tenía que darse una ducha. Una necesidad imperiosa de relajarse y dejar que el agua caliente corriera por su cuerpo y la ayudase a despejarse.

Y entonces volvió a Isaac, a la frase y a la confusión que la acontecía.

Cerró los ojos y se frotó la frente.

<<Estabas hablando de tu bebé-pensó>>

-¿Julieta? Cariño, creo estabas lejos de aquí-dijo Mathilde con precaución.

Le pareció patético incluso para ella, así que sonrió y se puso en pie como si aquello no hubiera pasado.

-Lo siento, es que acabo de recordar que necesito una ducha-se disculpó, rebuscando algo de ropa por la habitación, aunque no había gran cosa, y lo único que quedaba eran un par de camisetas de Elliot.

-Pero cariño, Elliot está en el salón esperándote.

-Lo sé, pero por esa razón necesito ducharme… Seguro que tengo muy mal aspecto.

-Es él. Te has despertado miles de mañanas con él en la cama, seguro que sabe el aspecto que tienes a las nueve de la mañana, antes de una dosis de cafeína.

Para un segundo, mientras entraba en razón y desordenaba los cajones de la cómoda. No tenía ni idea de porque de repente estaba actuando de manera desquiciante, pero no podía seguir. Ya fuera culpa suya o de un viejo amigo instalado en su cerebro.

-Bien, sí. Tienes razón-admitió, esperando que su tensión volviera a la normalidad- me estoy ahogando en un vaso de aire.

-De agua-la corrigió Mathilde.

-¡Eso!

Fue corriendo hasta el espejo que había en el interior del baño y se recogió el pelo en una coleta. En su cara había dos enormes y decorativas ojeras de color morado, pero volvió a repetirse que era él, y que la había visto en situaciones mucho peores.

Llevaba una sudadera de Elliot, pero pensó que si estaba en su apartamento, ni siquiera la recordaría… ¡Por supuesto que no lo haría! ¡Había estado en África! ¡Había pasado mucho tiempo lejos de allí!

-¿Estoy bien?-preguntó en actitud adolescente.

-Julieta, esto está resultando algo ridículo…

-¡Joder, es cierto!-reconoció y fue con determinación hasta la puerta del dormitorio.

El color desapareció de sus mejillas y contuvo el aliento, mientras giraba el pomo de color dorado con determinación.

Atravesó el diminuto pasillo del apartamento, el cual se transformó de repente, volviéndose largo y burlesco, una especie de pasarela que se reía de sus propios nervios.

Y al final, allí estaba él, ajeno a las circunstancias, inmerso en sus preocupaciones ocultas tras una mirada profunda que se perdía en la moqueta.

Elliot levantó la mirada y la sostuvo en sus ojos unos instantes.

Julieta se sintió tonta pensado en el tiempo que había malgastado evitando aquel instante.

Era fácil, más que todas las preocupaciones que se extendían a lo largo de aquellos días borrosos. Porque en el mundo había pocas personas que le hicieran ser simplemente ella. Nada más.

-Julieta, estaba preocupado-murmuró Elliot, metiéndose la mano en los bolsillos, en actitud prudente.

Se quedó callada, sin saber muy bien qué decir, puede que él esperara una disculpa o tal vez sólo quería hablar las cosas… aunque su lenguaje corporal mandaba mensajes contradictorios. Desde aquella perspectiva, con cierta distancia, más bien parecía un niño asustado que un hombre enfadado. Y eso minimizaba las cosas, incluso la tranquilizaba.

-Perdona-dijo ella tras un instante.

Notó un nudo en la garganta, un amasijo de imágenes que se unían a la de Central Park. No soportaría más distancias, ni huidas, ni malos encuentros. Tenía la necesidad de acabar con todo eso, por irracional que resultase si tenía en cuenta las variables a tener en cuenta. Por ejemplo, todo lo concerniente a él.

Así que fue hasta Elliot y lo abrazó… y fue reciproco en décimas de segundo. Julieta presionó con fuerza su espalda entre sus brazos, como si en cualquier momento pudiese esfumarse. Él, mientras tanto rodeaba sus hombros y aspiraba el olor familiar de su pelo, casi con violencia, echando de menos cada pigmento de esa inspiración.



Los interrumpió el sonido de la puerta principal al cerrarse. Julieta se separó un poco de él, sin soltarlo del todo y miró hacia el lugar por dónde Mathilde se había esfumado sin decir adiós. Después se dirigió de nuevo a Elliot y le sonrió tímidamente.

-No quería preocuparte, ni desaparecer, es que…

-No eres buena lidiando con estas situaciones, lo sé-terminó de decir él, y se detuvo, observándola despacio- Llevaba mucho tiempo sin pasarme por aquí. Está todo igual que siempre-reconoció y volvió a mirarla-Hasta tú, con esa sudadera gastada.

Su mano fue hasta su mejilla lentamente y notó un escalofrío recorriendo su espalda, al mismo tiempo que las yemas de sus dedos acariciaban su piel.

Tan cercano que daba miedo.

No podía dejarse influenciar por la emoción de unos minutos, y sabía de primera mano que había una barrera de resentimiento entre los dos. Necesitaba aclarar la situación, tal vez solo era un instinto, la necesidad de no volver a sentirse incómoda cuando él estaba en la misma habitación… o en la misma frase.

-Sé que estarás… atónito con todo ese rollo de Jess… aparecida, viva y en Nueva York. Quería explicarte que… bueno… Lo que hice… yo…-balbuceó nerviosa, incapaz de articular palabras sin usar pausas inútiles entre ellas. Además, se sentía vulnerable, con su mirada arbitraria encima.

Necesitaba arrancarlo de raíz. Soltarlo todo. Empezar por cuánto sentía haber intentado matar a Jess aquel día, narrar cómo entró a un hospital aquella noche y desconectó un respirador que sostenía la vida de su ex a una máquina. Que estaba asustada, confundida, enferma y que la cantidad de odio que sintió en esos momentos le había provocado un dolor inimaginable que le llevo a una situación traumática.

Volver a ese momento le provocó una punzada en las sienes, seguida del sentimiento de angustia, aún palpable, a pesar de los días que había pasado, de las millones de veces que su corazón había latido desde entonces.

Temía que fuera el final. Una confesión por el gran amor de su vida, o los resquicios de alguien que lo había sido.

Sin embargo, la respuesta de Elliot le hizo parar en seco.

-Oye, Julieta, no pasa nada… Siempre pensé que aparecería. Alguien no desaparece sin más-dijo y bufó con cansancio, sentándose en el sofá- Claro, también ha sido inesperado verla así, reformada, intentando ayudarte… después de todo lo que pasó ¡Y tú, confiando en ella! Es… extraño.

La cosa dio un giro de 360 grados. Julieta empezó a replantearse que tal vez Jess no le hubiera contado toda la historia y, de ser así, no podía ser ella la que soltase la bomba de que prácticamente se había convertido en una asesina. Elliot parecía demasiado relajado y lo conocía lo suficiente para saber que de saber el relato en profundidad, no lo estaría. Ni por asomo.

-¿Qué es extraño?-preguntó ella y se cruzó de brazos, sin quitarle la vista de encima.

-Tenía una enfermedad… una que no supe ver, ni siquiera imaginé que eso iba a ponernos en peligro-respondió, apesadumbrado.

-Su enfermedad…

-La adicción, o bueno, adicciones. Alcohol, drogas…-soltó, tapándose la boca con las manos para hacer una pausa-Si te soy sincero, ayer, al saber de ella quise llamar a la policía, amenazarla… herirla como ella nos hizo a nosotros.

Julieta escuchaba con el corazón en un puño, incapaz de sostener esa mirada triste, de observar tan de cerca la carga que suponía para él lo sucedido.

Porque en un tiempo atrás ni siquiera se había puesto en su piel. Porque a veces es demasiado doloroso hacerlo, porque ya tienes suficiente con tu propio dolor como para soportar el de los demás. Y para Julieta era un poco de ambas cosas.

-Es… es normal que pienses eso-comentó ella, saliendo de sus pensamientos.

-Ayer, cuando iba hacia tu apartamento para encararme con ella, se me pasó un poco el arrebato vengativo… puede que estuviera preocupado por ti y, al verla, sólo quise saber la verdad. Al principio me sentí un ser… miserable- su voz se quebró y hundió la cara entre sus manos, en un silencio agónico- ¡Dudar de ti! ¡Que gilipollas! Pensar que habías enloquecido por mi culpa… que no volverías a ser tú.

Sus ojos azules estaban anegados en lágrimas y tuvo que hacer un esfuerzo por no abrazarlo y susurrarle que todo había pasado, que juntos iban a superarlo. Pero la verdad era que necesitaba escuchar esa disculpa por el pasado, lo que había hecho de ellos unos completos desconocidos. Todo unido al resentimiento que se acumulaba en sus huesos desde que Elliot decidiera ingresarla en psiquiatría y dudar hasta de sí misma.

-…Me contó que cuando estaba en la clínica de rehabilitación, siguió en contacto contigo, amenazándote para que te alejaras de mi-hacía esfuerzos por seguir hablando y se pasaba las manos por el cuello una y otra vez. Era como ver a un hombre desmoronarse por completo en un sofá de cuero. Julieta se sentó a su lado y frotó las manos contra el pantalón de su pijama, sin saber muy bien que debía hacer. Entonces, él miró en su dirección y sus miradas conectaron irremediablemente-Sé que eso no fue lo que acabó con nosotros… ojalá hubiese sido sólo eso, pero fui yo, y no puedo evitar sentirme culpable por no estar contigo en aquellos momentos. Desearía que las cosas hubiesen sido de otra forma, que yo lo hubiera sabido entonces, que no hubiera dudado… que no fuese…

Era insoportable escucharlo, más aún que el cáncer o un tumor cerebral. Sentía que iba a desbordarla en cualquier momento, que explotaría si seguía escuchando lo que no estaba preparada para escuchar.

Había esperado ese momento, y allí estaba, amargo y pernicioso como la ponzoña.

-Elliot, para-lo cortó. Cerró los ojos ahogando el escozor que le provocaban las lágrimas y se encogió de hombros- Por favor, para.

-¿Estás bien?-preguntó él, secándose las lágrimas con la manga de la camisa.

Elliot puso la mano sobre su hombro y lo deslizó, acariciando su espalda. Julieta tembló ante ese mínimo contacto, incapaz de seguir allí, entera, separada de él por unos centímetros de seguridad.

-¡Claro que no!-exclamó con brusquedad, deshaciéndose de su mano-No puedo verte así, es… es demasiado y estoy cansada.

-Por supuesto, perdona.

Elliot intentó ponerse en pie pero ella agarró su mano y tiró de él hacia el asiento.

Aterraba volver a él, sentir lo que se había esforzado por desechar durante tanto tiempo. Pero ahí estaba, saltando al vacío sin importar los metros de caída.

-No, no vuelvas a alejarte. Por favor, Elliot-rogó, susurrando- Sé que tú tampoco estabas en tu mejor momento, estabas asustado porque yo me fuera para siempre, que no vimos venir que el mundo se rompiera a nuestro alrededor. Yo también creí durante un tiempo que estaba loca, pensé que lo estaba. Era incluso más fácil que seguir a contracorriente. Y sé que… sé que…

Su corazón latía a mil por hora, observando el océano azul en su iris, sus labios jugosos… él, en su maravillosa imperfección.

<<Te quiero-pensó>>



-¿Julieta? ¿Me oyes? Vamos, nena… estás bien-La llamó su voz.

La observaba desde arriba, algo borroso y confuso.

<<Esos ojos-pensó Jul. >>

Creyó que estaba en un sueño maravilloso y por un segundo, casi pudo oler el mar y la playa donde descansaba con él a su lado y el sol en su mayor esplendor.

Pero un segundo después, la realidad le metió un derechazo.

Lo enfocó rápidamente, cuando todo cobró sentido. Debía de haberse desmayado. Estaba tumbada en el sofá, con Elliot sentado junto a ella. Acariciaba su frente con ternura y le sonrió, enseñando su dentadura perfecta. Luego la cogió por los hombros para ayudarla a incorporarse.

-Vale, despacio.

-Estoy bien-mintió Julieta, avergonzada. No podía creer que hubiera pasado en ese instante, cuando había pillado carrerilla e iba a confesar lo inconfesable. Le dolía la cabeza y no tenía claro si se debía al hecho de perder el conocimiento, o a la rabia que sentía contra ella misma.

-Voy a traerte agua.

Se levantó y volvió en un abrir y cerrar de ojos, con una botella transparente. Julieta intentó dedicarle una sonrisa, pero sólo le salió una extraña mueca. Así que bebió despacio para no cagarla más veces, mientras ganaba tiempo. Elliot a su vez, no ayudaba en absoluto, incapaz de quitarle la vista de encima.

-Qué rica-soltó al final, obligando a la frase a rellenar el momento de un modo artificial.

Volvió a fijarse en su aspecto, de arriba abajo. Sus vaqueros negros, sus camisa de cuadros... y al llegar a su rostro observó en su expresión algo que no deseaba ver: El gesto del cáncer.

-Escucha…-empezó a decir-Lo siento mucho. Es una mierda, ¡Todo esto!

Allí estaba otra vez, como si el tiempo no hubiera pasado.

-No pasa nada, sabíamos que podía pasar.

-Lo sé, lo sé. Pero somos seres destinados a soñar, de un modo u otro, a tener esperanza y creer que somos invencibles-explicó, casi con rabia- Supongo que eso dificulta el modo de afrontar algo así.

Hasta entonces no había sido tan consciente de la realidad. Pero así, relatada de su boca empezaba a materializarse justo delante de sus narices. Respiró hondo y cerró los ojos, intentando saborear el sonido seco que producían los tambores antes de aquella aterradora batalla. Un instante de paz previo al desastre.

-Así que, ¿Has visto los resultados, verdad?-preguntó, inocentemente.

Elliot asintió varias veces, mordiéndose el labio inferior.

-No está todo claro del todo, no se ve muy bien en las resonancias… pero me puedo hacer una idea.

-Vale… ¿Está muy…? ¿Mal?-volvió a cuestionar, conteniendo el aliento. Irremediablemente pensó en Isaac e hizo un esfuerzo por no echarse a llorar.

-Oye-susurró él, cogiéndole la mano-tengo un plan. Mañana sacaré los billetes hacia Rochester. He llamado a un amigo, es cirujano en la cínica Mayo-siguió explicando, como si tuviera energía suficiente para todo lo que se venía encima- me ha dicho que están dispuestos a mantener la confidencialidad, no hay de qué preocuparse. Han tenido a gente muy importante internada allí y nadie se ha enterado… te sorprenderías. Así que no tendrás que preocuparte por nada.

Julieta río nerviosa, asimilando toda aquella información a la fuerza.

-¿Minnesota? Es muy lejos-reconoció, prudentemente.

-Sí, lo sé. Por eso es genial, allí nadie nos conocerá. Podemos tomárnoslo como unas vacaciones de todo este desastre del bufete-cogió su iPhone del bolsillo y empezó a consultar su agenda mientras se pasaba la mano por el pelo- Empezaremos con un fin de semana. Trazaremos un plan y… después… volveremos y… bueno, descasarás hasta que estés lista para volver. Así tus… espías no sospecharan nada ¿Es así como se dice? ¿Espías? ¿Detectives?

-Elliot…-intentó cortarlo.

-Así que no tendrás que preocuparte por todo eso, me tendrás aquí para ocuparme.

-Claro, yo sólo me encargaré del cáncer. Pillado-dijo Julieta, en actitud sarcástica.

Elliot frunció el ceño y bufó.

-Esperaba tu reacción-le soltó, levantándose del sofá.

En ese punto empezó a sentirse mal por él y los planes que había trazado en unas 48 horas. Ella, entre tanto, llevaba todo ese tiempo intentando negar la realidad y escondiéndose del mundo.

-¿Cómo esperas explicar que me vaya de viaje con mi ex? El cual, lleva sin hablar conmigo meses y ¡Ah! se mudó a África.

-Somos amigos, ese no es un pro…

-No lo somos-lo interrumpió, sonriente. Estaban muy lejos de serlo y su actitud inocente le hizo gracia.

-De acuerdo… es un viaje para reconciliarnos, como padres, para aprender a ser amigos.

-Isaac vendrá con nosotros-su voz se quebró y se encogió de hombros- no quiero separarme de él.

Elliot volvió a sentarse y la atrajo hacia él. Julieta dejó descansar la cabeza en su hombro, acariciándole el brazo. Al contrario de lo que podía esperar, se sentía cómoda en esa postura, por muy próximos que estuvieran. Volvía a notar su calor, las respiraciones acompasadas de su pecho, las pulsaciones que marcaba su corazón y resultaban tan armoniosas en sus oídos.

Ladeó la cabeza y sus labios quedaron a unos pocos centímetros de los suyos. La atracción rozaba lo violento, escudriñándose fijamente en el mismo sofá que guardaba miles de momentos entre sus cojines.

Elliot dio el primer paso y se dejó llevar lentamente, rozando la comisura de su boca. Julieta esperó con miedo, al mismo tiempo que su aliento se unía al suyo.

-No, no podemos-dijo él, apartándose-Estás cansada, estamos confundidos… Las cosas han cambiado, tú estás con Andrew, le quieres…

Julieta le agarró de la barbilla y negó, suplicante. Lo necesitaba. Lo había echado tanto de menos que el pecho le ardía y no estaba segura de si sobreviviría a estar lejos un segundo más.

-¡No! Ven aquí… -rogó, sentándose en su regazo.

-Julieta, no podemos. Nos haremos daño…

-Me encuentro perfectamente-susurró y le besó unos segundos.

Se sentía eufórica, deseosa de más. Notaba la esfuerza manando de sus poros, como si fuera indestructible de nuevo. Por un momento se olvidó de todo y simplemente, disfrutó de él.

-No me refiero a eso, he sufrido mucho por ti. Me hiciste daño-murmuró Elliot con dificultad, deshaciéndose de sus labios. Pero Julieta no quiso hacerle caso y le besó en el cuello-Julieta...-repitió-Jul... Por favor, ¡Joder, Julieta, para!

El empujón la apartó hasta el otro extremo del sofá, dónde permaneció confundida y jadeante, con sus ojos desquiciados justo encima. Entonces llegó la vergüenza y el arrepentimiento, junto con el dolor de cabeza y la confusión. No encontraba sentido a lo que acababa de ocurrir, el porqué estaba tan eufórica y porque había llegado a tal extremo. Se pasó los mechones sueltos por detrás de la oreja y sus labios formaron una sonrisa de congoja antes de poder huir de allí.

Las piernas le temblaron de camino al baño. Una vez allí, encendió el grifó y empezó a llorar con rabia, apoyada en el lavabo. Se miró al espejó y se sintió tonta por lo que acababa de pasar. No se había dado cuenta del nivel de desesperación del que era capaz en lo referente a él, pero la había rechazado y le dolía tanto como una patada en las costillas.

-Julieta-la llamó Elliot, entrando despacio.

Se giró para encararlo, sin importarle que la viera llorando. Incluso prefería que él se sintiera mal por haberle hecho eso, quería otorgarle la autoría que merecía.

-¿Qué quieres?-respondió, seca.

No dijo nada más. Se acercó y la besó con tanta fuerza que su espalda se hundió en el lavabo. Julieta ahogó un grito de dolor, pero no le importó. Quería más de él, así que se enroscó en torno a su cuerpo y se rindió, dejando de lado el resentimiento que le tenía. Porque en ese momento volvió a sentir amor, el de verdad. Frenético, violento y efímero.



Antes de que se diera cuenta, todo había terminado. Elliot estaba vistiéndose y ella lo observaba sentada semidesnuda en el frío suelo del baño. La asaltaban miles de preguntas en referente a ellos dos, pero no se atrevió a formular ninguna. Se limitó a tranquilizar su respiración y mirar al infinito.

-Tengo miedo-confesó en un sonido casi inaudible.



4 comentarios:

  1. Gracias a ti que sigues ahí, gracias.

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  2. Maravilloso!!! Quiero mas!!!

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  3. Oh dios mio (leído con voz de Janice de Friends), cara con la boca abierta del whatsapp x 100000. Eso demuestra mi reacción de forma gráfica jajaja.
    Mmmm llevaba esperando el "reencuentro" desde... DESDE QUE MANDASTE A ELLIOT A ÁFRICA!!!! Bueno, en mi imaginación no había drama del cáncer, pero no voy a ser exquisita (por esta vez)
    A ver que pasa ese fin de semana.............. (notese la intriga) jajaja
    Besos ;)

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  4. Por fin hablan del tema!! Gran capítulo! Woooow!

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