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"Una novela debe mostrar el mundo tal como es. Como piensan los personajes, como suceden los hechos... Una novela debería de algún modo revelar el origen de nuestros actos" Jane Austen.

miércoles, 17 de junio de 2015

Capítulo 20




Terminó el equipaje metiendo un pijama nuevo que aún no había estrenado. Era ablusado, de seda azul con líneas verticales muy finas. Cuando lo vio en aquella boutique no se hubiera imaginado que tendría ese destino tan cruel, viajando cientos de kilómetros hasta Minnesota. De hecho, esperaba algo totalmente diferente, como estrenarlo en algún viaje de los que planeaba con Andrew… antes de que todo diera un giro de 180 grados y la devolviera a una realidad sin sentido.

Entonces pensó en él, su relación y aquello que la había hecho tan feliz durante esos meses. Y por mucho que se esforzara en negarlo o en creer que no era así, aquello había terminado el día que Elliot entró por la puerta con ese aspecto desaliñado. Ni siquiera tenía claro en qué punto estaban ahora. Ella deseaba a Elliot, hasta el punto de lo que había pasado en su apartamento… pero ¿Aquello merecía la pena? O por el contrario, ¿Seguir y obstinarse en un amor tóxico era un callejón sin salida?


Eran las siete de la mañana y no había pegado ojo en toda la noche. Tenía claro que no iba a despedirse de nadie, pero aun así notaba un nudo en el pecho al pensar en todos a los que estaba ocultando su enfermedad por seguir siendo una buena abogada y no hundir el bufete de James Pope. Su madre, Helen, Alice, Sam, Teresa…

No se veía con fuerzas de hacerlo con la única compañía de Elliot. Si ya resultaba difícil enfrentarse a aquel infierno, eso iba a elevarlo varios puntos por encima de la media. Silencios incómodos, reproches y actitud tensa por todos aquellos meses y lo que no se habían atrevido a decirse.

Respiró hondo, acomodándose en el sofá y cogió su móvil para marcar un número. Después de tantearlo un momento, se lo acercó al oído y esperó a que Charlie lo cogiera pronto.

-¿Sí? ¿Julieta?-respondió, después de los cuatro primeros tonos.

-Hola, ¿Estabas durmiendo?

-No, que va… estaba revisando un manuscrito antes de que Henry se despierte y empiece a darme la lata.

Henry. No se le había pasado por la cabeza hasta aquel momento. Sonrió al recordar que las cosas seguían su curso, aunque ella estuviera estancada en un momento. Él iría al colegio y jugaría con sus juguetes como si tal cosa.

-Eso es… genial.

-¿Qué te pasa?-le preguntó, Charlie.

-Supongo que ya sabes que nos vamos en unas horas-dijo, en un bufido.

-Sí, te llamé ayer, varias veces. Me imaginé que no te apetecía hablar.

-Lo siento, no fue un buen día.

-No pasa nada.

Hubo un silencio mientras meditaba si decir en voz alta a lo que llevaba toda la noche dando vueltas. Se sentía tonta e infantil… además de cobarde.

-¿Estás bien?-volvió a preguntar, Charlie.

-No-dijo por fin, cerrando los ojos-es que no me veo capaz de estar tres días con Elliot… No estamos muy allá.

-Bien, iré contigo.

Contuvo la respiración y suspiró.

-No, no hace falta, Charlie. Sólo necesitaba desahogarme un poco.

-Ya estoy haciendo la maleta-repuso él-En una hora estoy en tu casa.

-Eh, de verdad. Estaré bien…

No quería dar lástima, ni que Charlie tuviera una actitud paternalista. La Julieta del pasado le habría gritado, hubiera hecho que la odiara con el único fin de que se apartara de su camino. Pero no quería ser más esa persona fría, así que apretó el puño y no dijo nada más.

-No voy a discutir, Jul. Sé lo que tengo que hacer… Lo he pensado varias veces desde que me enteré de que estabas mala otra vez, así que no hay más que decir.

-¿Y Alice?

-Pues no sé, deberías hablar con ella y contárselo.

Le temblaron las piernas. Enfrentarse a eso era más complicado que viajar al otro lado del estado para combatir en secreto un cáncer. Lo último que habían hablado era sobre su embarazo y la Alice hormonal y sensible no iba a llevar muy bien que le hubiera ocultado tanto tiempo su situación, además de no haberla llamado en semanas.

-No puedo… aunque seguro que se huele algo, estuve semanas sin cogerle el teléfono.

-El otro día me comentó algo, pero te prometí que lo mantendría en secreto.

Supuso que lo sabía, por eso no la había llamado últimamente. Se llevó las manos a la cabeza y suspiró cansada. Bueno, era un peso menos que soportar, incluso podría llamarla y desahogarse como siempre lo había hecho.

-Vale, está bien-murmuró finalmente.

-¿Ya está? ¿Dónde está la terca de mi hermana?-bromeó, Charlie.

-¿De verdad quieres que te siga el juego? Tengo un 79% de éxito en mis casos.

-Intentaré argumentar mi defensa mientras voy hacia allí.



Se puso unos vaqueros negros entallados, y un jersey del mismo color. A mirarse al espejo le pareció una visión deprimente, así que rebuscó en el joyero en busca de algún colgante que le diera un poco de ánimo al look para viajes sin encanto. Encontró uno pequeño y dorado, en forma de triángulo, nacarado en tonos verdes. Se lo regaló Mathilde en uno de sus viajes a París y apenas se lo había puesto. Otro destino desencantado que se alejaba de lo que tenía planeado para ese accesorio. Lo combinó con unos botines marrones muy cómodos para las largas horas de avión que tenía por delante. Después de pintarse y aceptar su reflejo en el espejo durante una media hora, acabó de llenar la bolsa de aseo y recogió el baño. Entonces, escuchó el sonido del portero. Quedaban unas cinco horas para ir al aeropuerto y coger el jet, así que supuso que iría con Charlie a desayunar y así podría relajarse un poco. Con suerte su hermano podría calmarla con vistas a un desastre inminente.



-Elliot-pronunció su nombre mientras la sangre desaparecía de su rostro.

Él no dijo nada y la observó con gesto inescrutable durante unos segundos.

-Te has cortado el pelo-dijo por fin-Estás bien.

Julieta se pasó la mano por el pelo, nerviosa. Sintió que sus mejillas ardían, como un fogonazo que subía súbitamente de temperatura. Sonrió débilmente y asintió. Lo miró fijamente, lo hicieron durante un rato, hasta que Julieta desvió la mirada.

-¿Pasa algo?-preguntó, confusa. No le esperaba hasta al menos cuatro horas después.

-No, no. Sólo venía a ver si estabas bien-explicó con normalidad.

Ella se encogió de hombros y se cruzó de brazos, inquieta. No tenía clara la verdadera razón que le había llevado hasta allí, pero tratándose de él, lo más normal era que quisiera asegurarse de que hubiera llegado de una pieza después de saber que había estado bebiendo.

-Tengo veintiséis años, he salido varias veces en mi vida después de las doce de la noche. He bebido otras cuentas. Además, soy madre… de tu hijo, por cierto. Lo que me lleva a él hecho de que no voy a hacer ninguna locura teniéndolo a él. Y que lo insinúes me ofende.

-No insinúo nada, Julieta. Ayer estabas un poco rara y me preocupé cuando te fuiste.

Sintió la furia recorriendo cada parte de su cuerpo al pronunciar ese discurso. O puede que fueran remordimientos por el momento de desesperación en el baño. No podía mirarle a la cara después de que hubiera tenido que suplicar para sentirle cerca, y que justo unos segundos más tarde de ese momento de debilidad se marchara sin decir ni una palabra. Recordó la escena, el sonido de su cinturón desabrochándose, la manera en la que se observó unos segundos en el espejo antes de cerrar la puerta tras él. Una mirada llena de asco.

-No soportaba estar cerca de ti, por eso me fui-se sinceró, Julieta. A él le cambió la mirada, se frotó la barbilla, nervioso y se aclaró la garganta.

-No quise que te sintieras mal.

-Ni yo que tú también. Pero parece que ahora sólo nos hacemos daño.

Elliot agachó la cabeza y ella se apoyó en el marco de la puerta, cansada de repetir las mismas palabras una y otra vez, como una canción pasada de moda.

-Julieta… nosotros… -empezó a decir, paseando la mirada por varios sitios, sin detenerse en un punto fijo-Simplemente no encuentro la manera de volver a lo que éramos.

Entonces sus ojos azules se detuvieron en los suyos. Julieta torció el labio, intentando que pareciera una sonrisa y le tendió una mano.

-¿Tregua? Al menos unos días, no me apetece que estemos tan…

-Así-terminó de decir Elliot y estrechó su mano un instante-Bueno, nos vemos en el aeropuerto.

Julieta notó una punzada en el pecho que le obligó a cogerle del brazo antes de que desapareciera a través del pasillo. Quería que se quedara con ella y comprobar la validez de la reciente firmada paz, poder hablar sin remordimientos y muros entre ellos.

Elliot se giró, expectante.

-Charlie va a venir en un rato, se ha empeñado en acompañarnos todo el fin de semana.

-Eso es perfecto. No te vendrá nada mal su compañía… y su humor-admitió Elliot, elevando la comisura de los labios hacia arriba, imitando una sonrisa.

-Sí, claro. Sobre todo lo segundo. Hemos quedado para desayunar, si quieres acompañarnos… Iremos a ese sitio, el de los crepes de frutas al que nos dio por ir durante el verano-explicó Julieta mientras se arrepentía de los detalles que estaba dando. Las palabras salieron sin más, sin tener constancia del daño que llevaban con ellas.

Él frunció momentáneamente el ceño y pestañeó un par de veces con perplejidad antes de asentir.

-Estoy hambriento.

Pasaron al hall donde ambos se quedaron de pie, incómodos, sin poder mirarse durante más de unos minutos seguidos. Julieta no tenía ni idea de cómo romper aquel momento incómodo sin que apareciera uno de tantos temas escabrosos que los hiciera volver a su normalizada agresividad. Así que optó por hablar sólo sobre él, dado que su situación era menos complicada que la suya.

-Bueno, ¿Cómo estás?-le preguntó, sentándose en el sofá.

-¿Yo? Supongo que bien-respondió Elliot. Se sentó en uno de los sillones de cuero, enfrente de ella, separados por la mesita de madera blanca. Aquel espacio hizo que se sintiera más cómoda.

-Venga, seguro que está siendo difícil volver a la gran ciudad después de pasar varios meses perdido en medio de África-dijo Julieta.

-Cuesta acostumbrarse a ciertas comodidades-se quedó mirando al infinito un momento y después negó para sí- Por ejemplo volver a tener agua potable sin necesidad de hervirla y andar varios kilómetros a una fuente. Y beber café a todas horas. Café de verdad.

-Elliot y sus siete cafés diarios-bromeó ella.

-Desde que volví estoy mejorando mi record a nueve. Ya sabes, más turnos en el Hospital…

Se fijó en sus oscuras ojeras, marcadas aún más por la barba de varios días. No tenía muy claro si la causa era únicamente el trabajo o ella tenía algo que ver. Tampoco le disgustaba la idea de quitarle el sueño después de que se sintiera tan miserable por su culpa. No es que disfrutara, pero la venganza en pequeñas dosis resultaba reconfortante.

-Supongo que allí tampoco disfrutarías los típicos problemas familiares-dejó caer, cruzándose de brazos.

-Al final todo se acaba echando de menos. Incluso lo que menos imaginas-contestó él, sonriendo al final.

Le pareció que la conversación adquiría un sospechoso tono personal. Y eso no le convenía para nada. Ni a ella ni a nadie que estuviera cerca.

-Seguro que llevaríais un ritmo frenético y tendrías poco tiempo para poder echar de menos.

-Te sorprenderías del tiempo libre que te queda. Todo va más lento, agotadoramente lento. Los días pasan… haces lo que puedes, salvas vidas y pierdes otras. Muchas más, desgraciadamente. Al final del día duermes como un niño, pese a ver visto toda aquella miseria-explicó con la cabeza gacha- Es una mierda, sobre todo la sensación de no poder hacer nada.

Llegados a ese punto de la conversación, Julieta tenía un nudo en la garganta. Quería ir hasta su lado y abrazarlo, pero se contuvo y tragó saliva, negando para sí. Se arrepintió de haber querido vengarse, de pensar tan mal de él. El orgullo le impedía plantearse algo más allá de lo que tenía delante de sus narices, como que cabía la posibilidad de que África lo hubiera cambiado. Puede que más de lo que pudiera llegar a entender.

-No puedo imaginarme como debió ser-murmuró Julieta con la voz tomada.

-Tranquila, no es nada…

Empezaba a tener calor, le dolía la cabeza como efecto secundario del alcohol y acababa de cortarse el pelo ella misma. Un cúmulo de emociones que no le hacían sentir cómoda allí sentada, tan próxima a él. No podía contener las ganas de llorar, así que se disculpó y subió al baño de su habitación.

Tras cerrar la puerta se limpió las lágrimas y se sentó en el borde de la bañera. Sólo podía pensar en él y su nuevo yo. Puede que su comportamiento no fuera únicamente fruto del daño que se habían causado en el pasado y ahora lo veía con otra perspectiva. Incluso con lástima. Puede que África lo hubiera destrozado por dentro. Y ella no había hecho más que pelearse con él y recordarle que nada era igual a antes de que se marchara. Se sentía culpable, con un enorme vacío en el pecho.

-Joder, Julieta, no seas tan sensible. -se dijo.

Se tomó un par de analgésicos y se refrescó antes de salir. Mientras bajaba por las escaleras escuchó la voz de Charlie conversando con Elliot, y eso la dejó más tranquila.

-¡Ey, Julieta! Que me muero de hambre-gritó Charlie. Le cambió el gesto al verla y sonrió. Ambos se abrazaron y él aprovechó para despeinarla-¿Qué pretendías? ¿Parecerte más a mí?

-No seas cabrón, Charlie-le dijo Elliot a sus espaldas.

Se giró sorprendida y frunció el ceño. Elliot tenía un gesto divertido y parecía más relajado que antes.

-Bah, ella sabe que es un piropo.

-Venga, dejaros de tonterías, que necesito desayunar.-dijo Julieta, buscando su bolso.

De repente hubo un click. Algo invisible que borró todo lo almacenado en su cerebro. Se quedó allí plantada, con la mente en blanco, intentando entender qué hacia allí, en esa habitación y con aquella compañía. Respiró profundamente y miró a su alrededor confundida, repasando rápidamente la realidad de lo que se veía a simple vista. Estaba en casa, era de día, Elliot estaba allí, con Charlie. Ninguno de ellos se había percatado de nada. Por un momento creyó que estaba en un sueño y se miró las manos. Recordó que alguien le explicó una vez que en los sueños se tienen más dedos de lo normal, así que empezó a contarlos, uno por uno, intentando no entrar en pánico y ponerse a hiperventilar.

-Seis, siete, ocho… nueve… diez.

-Julieta, ¿Qué haces?

Se echó hacía atrás los mechones de pelo que le caían en la frente y dirigió la mirada hacia Elliot y Charlie. Como un fogonazo, vio ante sus ojos el momento en el que se cortaba el pelo y cuando le abría la puerta a Elliot. Era como si aquellas escenas no cuadraran en ese momento.

-No lo sé-admitió en un tono casi inaudible-No, no sé qué… ¿Qué hacemos aquí?

Charlie dio un paso hacia ella, temeroso. Elliot fue hasta su lado con el ceño fruncido y le agarró la barbilla para mirarle a los ojos.

-¿Estás bien?

No sabía que contestar, se encontraba bien, aunque asustada. Él le agarró la mano y la apretó con fuerza. Cuando abría la boca para contestar supo que se perdía algo. Ellos estaban muy raros y ella no tenía ni idea de cómo había llegado hasta ese lugar. Empezó a entender que era culpa de su mierda de cerebro y se río nerviosa, intentando contener así cualquier otra reacción.

-Creo que no, me he quedado en blanco-respondió, sentándose en el sofá con él.

-Vale, no pasa nada-dijo Elliot-Charlie, ¿Puedes bajar a por el desayuno?

-Claro, ahora vuelvo.

-No te preocupes, es algo que puede pasar. Voy a hacerte algunas preguntas, por si acaso… ¿Sabes qué día es?

Asintió y se percató de que aún no le había soltado la mano.

-Es sábado. 3 de septiembre.

-¿Qué es lo último que recuerdas?

-Sentarme en el sofá contigo… creo, es raro. Sé que luego ha venido Charlie pero de repente…

-Te has desorientado, es todo. No tienes por lo que preocuparte-le explicó con calma. Después sonrió y le pellizcó la mejilla.

-Genial.

-Vamos a solucionarlo hoy mismo-aseguró Elliot.

Hubo un momento incómodo en el que los dos se miraron. Julieta tenía la impresión de que se estaban gritando cosas obvias sin abrir la boca. Eran más cobardes que eso, o quizá la palabra oportuna fuera orgullosos. Pero ninguno contaba con la acción del sentido común, el instinto o a lo que algunos se atreven a llamar “alma”.

Elliot volvió a acariciarle la mejilla, ésta vez se detuvo en la comisura de sus labios y los acaricio con la yema de su dedo índice. Empezó a temblar con ese contacto y cerró los ojos, hasta que él la beso despacio.

Dejó de tener la desagradable sensación de que se había perdido en el tiempo. Durante esos instantes no sintió que estuviera allí, ni siquiera notó el abismo que había entre los dos. Y le siguió el pulso, subiendo progresivamente el ritmo de ese contacto y de sus pulsaciones. Elliot jadeaba, rodeándole la cintura y trazando su silueta con sus firmes manos. Ella se inclinó hacia atrás al notar su aliento junto a su cuello y volvió a besarle con la respiración entrecortada, abrazando su espalda por debajo de su camisa.

-Subamos al dormitorio-le dijo, separándose un poco de él-Charlie tardará un rato…

-Julieta, no, no podemos-murmuró Elliot, apesadumbrado, descansando la cabeza en su pecho.

Pero una negativa no le iba a dar por vencida.

-Piensa que se me olvidará, piensa que no va a pasar de verdad-susurró en su oído y acarició su pelo despeinado.

-No quiero que pienses que me aprovecho o que…

-Para. No empecemos, por favor…-suplicó con un nudo en la garganta y volvió a besarle, conteniendo su rostro entre sus manos.

-A la mierda-soltó Elliot y levantó su cuerpo en volandas hasta el dormitorio.




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